Cada vez que entramos a cualquier supermercado encontramos una variedad de productos con sellos que aspiran a garantizar el respeto y la devoción de cuidado que reciben los animales mientras son explotados por su carne, leche, huevos, miel. La publicidad induce al consumidor con buena conciencia a adquirir alimentos elaborados bajo ciertos estándares de bienestar. La industria ganadera y las grandes organizaciones animalistas nos dicen que la forma más rápida de ayudar a los animales es concientizando a los compradores para que elijan productos libres de crueldad. Sin embargo, la promoción del bienestar animal tiene relación con la economía, no con la moral, por ello el objetivo no es honrar la vida de los animales esclavizados, sino dar confianza y hacer creer a un mercado creciente que puede contribuir a su explotación ética y compasivamente. Pero, ¿por qué los defensores de los animales respaldan dichas reformas? Para responder esta pregunta, debemos conocer las tres ideologías tradicionales dentro de la ética animal.

  • Bienestarismo clásico: Esta posición es la más aceptada y extendida por el público en general. Sostiene que es moralmente aceptable usar a los animales siempre que se haga de una manera “humanitaria”. Los bienestaristas clásicos reconocen que los animales tienen interés en no sufrir, pero niegan su interés en seguir viviendo. Debido a esto, se postulan en contra del maltrato y nos exigen que evitemos causar todo sufrimiento innecesario mientras se explota a las víctimas. Para lograr este fin, buscan regulaciones legales y mejoras en las condiciones de esclavitud (ej. explotación de gallinas felices). En pocas palabras, podríamos definir el bienestarismo como la creencia especista y antropocéntrica que intenta legitimar el “uso humanitario” mediante el cual tenemos el ilusorio derecho a esclavizar y explotar a los demás animales con “compasión”.
  • Abolicionismo: Este ideario rechaza la postura bienestarista, ya que reconoce el valor intrínseco de los animales, por tanto, no sólo admite su capacidad de sufrir, sino defiende su interés en vivir, conservar la integridad de sus cuerpos y ser libres. Postula que todos los seres tienen el derecho fundamental a no ser tratados como propiedad, pues así como la raza o el sexo, la especie no es un criterio moralmente relevante. Si bien el sufrimiento es importante, el abolicionismo argumenta la inmoralidad de la explotación independiente del trato y las condiciones en que se propicia. Los abolicionistas buscan ir a la raíz del problema para generar un cambio de mentalidad respecto a nuestra percepción y relación con los demás animales. Por ello, recurren a la educación para difundir el veganismo, cuya asunción pretende concluir con la aceptación de los Derechos Animales y la consiguiente abolición de todo tipo de explotación animal.
  • Neobienestarismo: En la actualidad, esta ideología es la más adoptada en la comunidad animalista. A medio camino entre el bienestarismo y el abolicionismo, los neobienestaristas también se proponen reducir el sufrimiento, pero además lanzan campañas para prohibir las formas de explotación que les parecen más crueles (ej. tauromaquia). No consideran el veganismo un imperativo moral y subestiman a la sociedad como incapaz de entenderlo. Pese a juzgar que la humanidad está “incapacitada” para asumir su deber moral con los animales, dicen apoyar la abolición, aunque en términos “pragmáticos” es mejor favorecer las regulaciones. En resumen, podríamos definir esta ideología como la creencia especista que aparenta lograr el objetivo de los Derechos Animales confundiendo a la población mediante estrategias que implican la continuidad de la explotación, no su abolición.

Sabemos que los animales no son máquinas, sino seres vivos que sufren y ese sufrimiento merece consideración. Desde este punto de vista, el bienestarismo afirma que la solución es regular el uso de los animales, mientras que el nuevo bienestarismo afirma que dicha solución es el primer paso encaminado hacia la abolición, pero ambos ignoran los aspectos legales y económicos del estatus de propiedad al que están sujetos los animales; dado que son propiedad, su bienestar siempre estará subordinado a nuestros intereses, creando una evidente jerarquización moral donde priorizamos las necesidades y los caprichos humanos. Cabe destacar que la explotación animal no es exclusiva de la industria, no necesariamente acarrea sufrimiento, ni se manifiesta sólo a gran escala, sino que permea en la mente y en las prácticas colectivas e individuales de todas las sociedades y culturas.

Solemos oponernos a las formas de explotación que no implican un cambio “radical” en nuestras conductas. Digamos, ecologistas y el público general objetan la caza de ballenas, posiblemente, por motivos ajenos al respeto del animal, pero posicionarse en contra de esta actividad no necesita que los ecologistas ni el público general hagan algo además de pedir a quienes cazan ballenas que se detengan. En efecto, dicha práctica es un crimen que debe ser abolido, no regulado, pero también es un crimen lo que pasa en los establos de crianza, los mataderos, las peleteras, los laboratorios, los zoológicos y parques temáticos, el turismo y deporte con animales; incluso en nuestros propios hogares con los perros, gatos, conejos, pájaros, hámsters que tanto decimos amar. Necesitamos cambiar de mentalidad, no de víctimas cada vez que haya “mejoras” o se nos prohíba la tauromaquia, vestir piel de zorros, montar elefantes, cazar ballenas, porque los animales están siendo explotados de múltiples maneras en todo el globo.

Existe la creencia de que el abolicionismo es poco realista e incapaz de proporcionar un plan de acción porque “exige” acabar con la explotación institucionalizada de forma inmediata. Escuchamos decir que los animales sufren ahora y es ahora cuando necesitan ayuda. Si tenemos la urgencia de auxiliarlos, ¿no sería, en todo caso, la abolición un asunto inminente? No obstante, los abolicionistas reconocen que el cambio será gradual, a medida que la población vaya tomando conciencia acerca del veganismo porque son las personas veganas quienes dejarán de contribuir a todas las explotaciones a la vez. Por otro lado, los partidarios de las regulaciones omiten que las leyes tampoco se crean de la noche a la mañana y que pueden ser revocadas en cualquier momento.

Las reformas de bienestar y las prohibiciones no evitan el sufrimiento, sólo normalizan y perpetúan la explotación padecida por los animales alrededor del mundo. No hay nada intrínsecamente perverso con sufrir. El mecanismo del dolor favorece la supervivencia, aunque el dolor provocado por un agente humano de manera intencionada en perjuicio del otro es un mal moral. Sin embargo, el error fundamental no es confinar a los animales, causarles angustia o soledad, ni ignorar sus deseos; estas atrocidades son las posibles consecuencias del error primario que es creer que tenemos derecho a usarlos a nuestro antojo. Ninguna ley va a propugnar lo contrario en tanto sigamos regocijándonos en una absurda sensación de superioridad. Desde esta perspectiva, el sufrimiento es irrelevante, pues nuestro poder sobre el resto de las criaturas inocentes nos estimula a esclavizarlas y explotarlas aún sin sufrimiento evidente.

Los animales son explotados ahora y es ahora cuando debemos hacer algo para lograr su liberación en vez de buscar pautas que prolonguen su esclavitud. El problema no es que sufran, así como la solución no es ver de qué manera podemos reducir ese sufrimiento; los humanos también sufrimos, pero no abogamos por una explotación compasiva, lo que ya de por sí entraña una incoherencia desmesurada. El problema es que ejercemos dominio para abusar de ellos sin cuestionar por qué los ponemos en esa situación en primer lugar. Un respeto genuino y una preocupación verdadera por los animales requiere jaulas vacías, no jaulas más grandes ni cadenas más largas: demanda, sin titubear, su emancipación.