Nos llamamos amantes de los animales. Las “mascotas” forman parte de nuestras familias. Les ponemos nombres, les compramos su comida favorita, jugamos con ellas, las cuidamos cuando se enferman. Sabemos que Silvestre, el gato tuxedo, tiene gustos y preferencias distintas a Blas, el gato siamés. Reconocemos sus particularidades aunque ambos son gatos “domésticos”. Advertimos que no son iguales porque cada uno tiene su modo personal de ser.

Otorgamos mayor consideración moral a los gatos y perros que viven con nosotros. Nos encariñamos, los extrañamos y lloramos sus muertes, por eso podemos empatizar con los gatos y perros del mundo. Intentamos desarrollar un sentido de respeto, justicia y responsabilidad que negamos a los demás animales. Es un escándalo escuchar que aquellas criaturas que comemos, vestimos y usamos para otros fines también son individuos únicos con personalidades auténticas como Silvestre y Blas.

La mayoría creemos que los animales tienen cierto valor moral, es decir, pensamos que es incorrecto infligirles sufrimiento y tenemos la obligación de tratarlos humanamente. En pocas palabras, admitimos que no son cosas. Pese a ello, disponemos de sus cuerpos como meras mercancías para obtener los placeres más codiciados: carne, leche, huevos, pieles, diversión, trofeos, dinero, poder. Los animales son, literalmente, “productos” que nos autorizamos a vender y comprar.

Debido a las ideas erróneas que construimos sobre los animales, les hemos impuesto una naturaleza embustera para clasificarlos como de granja, de compañía, de laboratorio, de transporte y carga, para vestimenta, para entretenimiento, para deporte, pero todos estos animales percibidos como recursos son individuos que sienten un vasto y complejo espectro de emociones. Así como nosotros, tienen interés en no ser dañados, continuar existiendo, vivir libres y no ser tratados como objetos. En cambio, normalizamos su explotación valiéndonos de excusas que nos escondan detrás de la inmoralidad de nuestras acciones.

El problema con los demás animales no son, en realidad, nuestros hábitos de consumo, sino la manera de concebirlos. Si entendemos que no son cosas y que no nos pertenecen, entonces comprendemos el principio ético del veganismo que consiste en dejar de aprovecharse de ellos. Un principio que se espera sea asumido por obvias razones, de lo contrario participamos directamente en la injusticia que es la explotación animal. No hay una tercera opción.

Beneficios de una dieta basada en plantas

Medioambiente

¡Lo siento! Aquí hablamos de Derechos Animales. Aunque la producción vegetal tiene menor impacto en el planeta, no es un motivo para asumir el veganismo. Te invito a revaluar nuestra relación con los otros seres.

Salud

Tristemente, interesarse sólo en un cambio de dieta no ayuda a liberar a los demás animales. De cualquier modo, puedes consultar con una nutrióloga vegana, pero insisto en que reflexionemos sobre veganismo.